Estamos en Arequipa, Perú, y tenemos ya, despues de unos días en este maravilloso país, una impresión bastante clara de cuál es el perfil de turista que se espera recibir en general. Un perfil claramente definido por las tarifas que se nos imponen o las artimañas o encerronas que se ingenian para que el turista suelte la plata a toda costa. El perfil es el del turista rico, el señor gringo rubito que viene de ultramar para que le limpien los zapatos en cada esquina, el que tira el envoltorio de su snack al suelo, el que contrata tours organizados para tener experiencias de plástico que se le tornan muy reales porque no le es cómodo abrir el cerebro y “mirar” qué hay entre las bambalinas del a menudo patético show de este tipo de tours, el que tiene una conciencia ecológica inversamente proporcional a su cantidad de plata…
Empezamos nuestra etapa peruana en Puno, capital cultural del Perú a orillas del Titikaka. La amable señora Jenny, regente del hostel donde pasamos la noche, nos recomendó un tour organizado por las islas de Amantaní y Taquile, incluyendo una visita a las islas flotantes de los Uros. El tour incluía en sus 70 soles por persona (apenas 18 euros):
-Transportes (del hotel al puerto, barcos entre las islas y regreso)
-Todas las comidas menos el almuerzo del segundo día
-Noche en una familia indígena de la isla de Amantaní
-Servicios de guía
Maravilloso, menos de 20 euros y sólo tenemos que costearnos extra una comida…
La realidad: al llegar a los Uros (islas flotantes hechas de un lecho de raíces de juncos sobre las que se extienden juncos secos y, sobre ellos, cabañas del mismo material), mientras el guía explicaba, en seguida empezamos a ver a mujeres locales extender sus artesanías a nuestro alrededor. En un momento aquello era un mercadillo… al terminar la explicación del guía, una de las mujeres nos invitó amablemente a ver su cabaña, probarnos las ropas locales, etc. Todo pura amabilidad encaminada a un trueque injusto: “te dejé entrar en mi casa. Ahora tienes que comprar algo”. 30 soles más tirando para abajo.
A continuación, nos trasladaron a otra de las islas flotantes sobre un barco tradicional (hecho hoy en día de juncos cubriendo una estructura de botellas de plástico) el cual teníamos que pagar, contraviniendo el contrato del tour, aparte, “para ayudar al mantenimiento de la comunidad de los Uros”.
Más tarde, haciendo las preguntas adecuadas, uno se da cuenta de que los Uros actuales son un montaje para el turista, que casi nadie vive de ese estilo de vida isleño-flotante si no es para el turismo y que los Uros originales conformaban un conjunto más disperso y que, conforme se modernizaba su sociedad y el estilo de vida “ureño” iba desapareciendo, se adaptaron para el turista, convirtiendo los Uros en poco más que un mercado de artesanías -muchas de las cuales son ajenas a su sociedad- falseando bastante su origen.
Tras 3 horas de navegación llegamos a Amantanía, la segunda isla más grande del Titikaka con una población de unas 5000 almas en nueve comunidades. Conocemos allí a nuestra “familia de acogida”. Gente sencilla y amable pero que, después del almuerzo, extienden, ya previsiblemente, sus artesanías y te comprometen a comprar. “Es nuestro modo de vida”. Esto ya pasa de castaño oscuro. No sabíamos nada. 40 soles más. Encima teníamos que traer un regalo a la familia (nosotros estábamos convencidos que la tarifa del tour ya comprendía un pago suficiente a la familia) y como no llevábamos nada (por estar en la inopia más absoluta) nos tocó regalarle la bolsa de naranjas que habíamos comprado para nosotros, un paquete de galletas de chocolate y un llavero-linternita que tenía en el fondo de la mochila. Pongamos10 soles más.
Por la tarde subimos al templo tihuanaco (pre-inca) situado en un cerro de la isla para ver la puesta de sol (para mí, lo más auténtico de todo el tour) tras lo cual regresamos a la familia para cenar. El día terminó con el punto ridículo-patético-vergonzoso-tragicómico que caracteriza a este tipo de tours: nos hicieron vestirnos de isleños (las mujeres con pollera doble, camisa folklórica, faja y manto negro y los hombres con poncho y chulo) y nos llevaron al baile en un salón social donde actuaba una desafinada banda local de música andina con charango, flautas, guitarra y bombo. El salón era el único lugar que vimos con energía eléctrica (suministrada por una batería de automóvil). Todos los ritmos, ligeramente diferentes, se bailaban igual. El trámite, gracias a Dios, no duró mucho y nos fuimos por fin a dormir.
El día siguiente fue menos bochornoso. Nos trasladaron a la vecina isla de Taquile donde intentaron colarnos alguna artesanía más, comimos una buena sopa de quinua y una estupenda trucha en lo alto de la isla con una magnífica vista al Titikaka donde me atreví a bañarme en sus aguas a 12 graditos y regresamos tomando el sol en el barquito durante 3 horas a Puno.
El resultado: agridulce. Al final acabamos gastando el doble de lo prometido en el tour y nos quedamos con la amarga sensación de que se trataba de una encerrona para exprimirle los soles al turista. Lo mejor: la gente, compañeros de penas, con que compartimos la experiencia y la amable familia isleña que nos acogió en su sencillez.
Continuaremos con otro vergonzoso capítulo, esta vez en el cañón del Colca, donde se vuelve a jugar a encerrar al turista en una situación donde paga sí o sí o se vuelve por donde había venido:
El domingo pasado decidimos ir a Chivay, capital de la provincia de Caylloma, a 4 horas en bus de Arequipa. Queríamos pasar un par de días visitando el cañón del Colca que, con más de 3000m. desde el fondo hasta su borde superior, es el segundo más profundo del mundo. Llegamos hacia el mediodía a Chivay y después de dejar las cosas en el hostel iniciamos un paseo por el valle que nos llevaría por las localidades de Coporaque y Yanque, con magníficas vistas de los volcanes. Enseguida comenzó a hacerse evidente el mismo problema que ya detectáramos en la Isla del Sol en la vecina Bolivia: la basura. Tratándose de un espacio natural protegido, nos llamó la atención la cantidad de plásticos de todos los formatos que ensuciaban el paisaje. Entre triste e indignado resolví recoger todas las botellas de plástico que hallara entre Chivay y Coporaque: 54 en total, y eso sin contar las que no recogí por imposibilidad física. Detecté la sorpresa en los campesinos que se me cruzaban al verme cargado de botellas que, evidentemente, había recogido del camino. Al llegar a Coporaque las tiré en un bidón de basura ante la atónita mirada de un par de lugareños. Uno de ellos incluso preguntaba que qué estaba haciendo mientras un anciano miraba, incrédulo, el bidón lleno de botellas. Fue mi pequeño aporte como ser concienciado por este problema. Concluímos la tarde llegando a Yanque a través del puente colgante sobre el cañón y bañándonos en las termas de La Calera entre montañas.
Al día siguiente nos levantamos a las 3:30 de la madrugada para tomar el bus de las 4 hacia la Cruz del Cóndor, mirador que se alza sobre una pared del cañón en la que vive una familia de cóndores que, todas las mañanas a las 8, inicia su majestuoso vuelo. Al llegar a la Cruz, un individuo se apresuró a alcanzarnos a los pocos turistas que habíamos descendido del bus. El individuo no portaba ninguna acreditación pero nos pidió que le mostráramos el boleto de ingreso al cañón. Como no lo teníamos no podíamos acceder al abierto mirador a menos que lo compráramos: 35 soles, osea, casi 9 euros por mirar un ratito los cóndores. El vendedor de boletos nos informó que el precio iba destinado al mantenimiento del parque a lo cual yo le comenté el asunto de las basuras y mi acción del día anterior. Ni modo: o pagas o te vas. Como veía que efectivamente nos íbamos, intentó hacernos un 2×1, lo que me evidenció que aquél boleto no era una cosa muy oficial. Para empezar, si es obligatorio, no nos deberían permitir a los turistas viajar sin dicho boleto. Nos lo deberían vender junto con el boleto de bus. Para continuar, deberían informar convenientemente a la entrada del espacio natural sobre este impuesto en concepto de entrada (con carteles o puestos informativos). Además, los vendedores deberían ir adecuadamente acreditados, con algún tipo de credencial oficial y un uniforme y en el control de ventas deberían solicitar al menos los nombres y número de pasaporte de los turistas. Luego nos informamos de que la plata se va para la alcaldía de Chivay, que invierte exclusivamente en esta localidad. Se nota a simple vista: lindo pueblito y alrededores llenos de mierda.
Bueno, el caso es que decidimos caminar de regreso hasta que pasara un bus acompañados de una simpática pareja que acabábamos de conocer (Dirk y Friederike). Pudimos, de esta forma, asomarnos a uno de los muchos miradores no controlados por estas ratas caza-turistas y ver los cóndores desde un poco más lejos. Más tarde, un bus que volvía nos llevó de vuelta a Arequipa.
Termino con unas reflexiones:
Se nos informa con frecuencia a los turistas sobre el culto a la Pacha Mama (la madre tierra), que profesaban las culturas de esta parte del mundo. Este culto se basaba en un profundo conocimiento de la naturaleza y un respeto sublime por la tierra. De aquéllo, hoy apenas queda una ridícula sombra consistente en ritos vacíos, sincretizados con el cristianismo, como lo son en muchos sentidos los ritos de nuestras occidentales confesiones. Sombras, sí, porque el mismo chófer de bus que, tranquilamente, arroja su botella de plástico por la ventanilla, luego compra un feto de llama y unas hojas de coca para hacer una ofrenda a la Pacha Mama. Rito vacío que no sirve para nada porque el respeto a la tierra sólo puede ejercerse de forma práctica: no ensuciándola, cuidándola, limpiándola. Esos deberían ser los ritos necesarios para rendir un culto justo de agradecimiento a la tierra que nos da la vida y que, además, permiten que la tierra siga siendo generosa con nosotros. Pero lo que ocurre es una versión grotesca, irónica, de aquel culto: en vez de devolverle a la Pacha Mama una parte de lo que nos da, le devolvemos los desperdicios de lo que nos da. La Isla del Sol es un caso tremendo de profanación de la tierra y de contradicción: se supone que es uno de los lugares más sagrados de los incas, pero a la tierra sólo le dan basura.
El culto a la Pacha Mama de hoy es como la historia del gato del monasterio:
“El gato de un monasterio interrumpía la meditación de los monjes que se reunían a meditar, retozando y paseando entre ellos. El prior decidió un día atarlo y, al comprobar que así podían continuar sus meditaciones sin interrupción, designó a alguien para que, antes de cada meditación, atara al gato. Años después murió el prior y fue sustituído por otro, el cual siguió atando al gato. Cuando el gato murió, el prior al cargo compró un gato nuevo para poder atarlo y así poder comenzar la meditación”.
Aqui, en determinadas partes del Perú -como seguramente observaré en Cuzco y Machu Picchu- está ocurriendo lo que lamentablemente ocurre ya en casi todo el mundo: se rinde culto a la Plata Mama mientras olvidamos qué es lo que realmente nos da la vida.
Wir sind gerade in Arequipa, Peru, und nach den wenigen Tagen, die wir in diesem Land verbracht haben, haben wir schon ein recht klares Bild davon, welches Bild die Menschen hier vom Touristen haben. Das Bild ist klar geprägt von den Preisen, die wir hier immer wieder zu zahlen haben oder den Tricks und Zwisckmühlen, in die man gebracht wird, um in jedem Fall Geld auszugeben.
Das Bild ist ein Bild vom reichen Touristen, der typische blonde Gringo der kommt, damit man ihm in jeder Ecke die Schuhe putzt, der das Papier seines Snacks achtlos auf die Strasze wirft, der eine ökologisches Bewusstsein hat, das antiproportional grosz ist zu dem Geld, das er besitzt, der an organisierten Tours teilnimmt, um “Erfahrungen aus Plastik” (ist ein spanischer Ausdruck, aber ich finde, man versteht ihn ganz gut, oder?) zu machen, die er für sehr realistisch erklärt, weil es sehr unangenehm wäre ein bisschen weiter zu denken und festzustellen, dass die Show hinter der Bühne solcher Tours oft sehr patetisch istWir begannen unsere Tour durch Peru in Puno, kulturelle Hauptstadt Perus, direkt am Titicaca-See. Die freundliche Jenny, Besitzerin des Hostels, in dem wir schliefen, schlug uns eine Tour zu den Inseln Amantaní und Taquile
vor, in der man auch die schwimmenden Inseln der Uros besuchte. Die Tour kostete 70 soles pro Peron (18 euro). In diesem Preis waren folgende Punkte eingeschlossen:
– Transporte (vom Hostal zum Hafen, alle Boote von Insel zu Insel, sowie der Hin- und Rückweg)
– Alle Mahlzeiten auszer dem Mittagessen des zweiten Tages
– Eine Nacht in einer indigenen Familie der Insel Amantaní
– Touriführer
Super, für weniger als 20 Euro alles inklusive auszer einem Mittagessen…
Aber die Wirklichkeit sah anders aus: Auf Uros (schwimmende Inseln, die aus den Wurzeln der Schilfpflanzen gemacht werden, über denen dann eine Schicht von ca. einem Meter Schilfgelegt wird, und auf denen dann Häuser aus dem selben Material gebaut werden) sahen wir, noch während unser Führer uns erklärte wie man die Inseln baut, wie die Frauen anfingen, ihre Kunsthandwerkverkauftsstände um uns herum aufzubauen. In einem kurzem Moment hatte die sich Insel in einen Markt verwandelt.. Nach der Erklärung des Touriführers waren die Frauen so nett, uns ihre Hütten von innen zu zeigen und uns ihre typischen Klamotten anprobieren zu lassen. Supernett alles, aber nur um uns eine Minute später ein bisschen hinterliestig zu sagen: “Du durftest mein Haus angucken, aber jetzt musst du auch was kaufen.” ->Noch 30 Soles (7,5 euro)…
Direkt im Anschluss daran, wurden wir in einem traditionellen Boot ( die heute aus alten Platstikflaschen gemacht werden, die mit Schilf überdeckt werden) auf die benachbarte Insel gebracht “um das Überleben der Urus zu unterstützen”. -> Wieder mussten wir 10 Sol (2,5 euro) zahlen, wo doch eigentlich jeglicher Transport in unseren Vertrag mit eingeschlossen war.
Später, wenn man die richtigen Fragen stellt, merkt man, dass die aktuellen Uros kaum mehr sind als eine Show für Touristen, dass kaum jemand wirklich noch auf den schwimmenden Inseln lebt, dass die wirklichen Uros viel verstreuter lebten, dass der Lebensstil der Ur-Uros längst ausgestorben ist. Er wurde “ummodeliert” zu einem exklusiven Touistenmarkt, bei dem Kunsthandwertk verkauft wird, von dem vielen gar nicht auf den Inseln gefertigt wird (wie z.B. alle Tonarbeiten).
Nach drei weiteren Stunden Bootsfahrt kamen wir auf der Insel Amantaní an, die zweitgröszte Insel im Titicacasee mit einer Bevölkerung von etwa 5000 Einwohnern in neun Gemeinden. Dort angekommen lernten wir unsere “Gastfamilie” kennen. Sehr einfache und liebenswürdige Menschen, die aber – nach dem Mittagessen – für uns nun schon fast vorhersehbar ihre selbstgestrickten Mützen im Hof ausbreiteten und uns wieder zum Kauf verpflichteten. “Wir leben davon.” Das war ein bisschen zu viel für uns! Wir wussten natürlich vorher von gar nichts. -> Wieder 40 Soles (20 euro).
Dazu kam noch, dass man uns bei der Ankunft auf die Insel mitteilte, dass wir ein Gastgeschenk hätten mitbringen müssen (wir waren davon ausgegangen, dass die Gastfamilie dafür bezahlt wird, dass sie uns aufnimmt). Da wir kein geschenk dabei hatten, mussten wir mehr oder weniger gezwungen unser Picknik für den nächsten Tag verschenken, Orangen und ein Paket Schokokekse, (denn wir wussten ja, dass das Mittagessen auf der anderen insel nicht in den Preis mit eingeschlossen war). Dazu verschenkten wir noch eine kleine Minitaschenlampe, die Gabriel mal von meinem Papa (Sorry!) bekommen hat und die wir zufälligerweise dabei hatten.
->Sagen wir mal noch 10 Sol (2,5 euro).
Nachmittags stiegen wir hoch zum Tihuanaco-Tempel (pre-Inka), der sich auf einem Berg mitten auf der Insel befindet, um den Sonnenuntergang anzusehen (das wohl autentischste Spektakel der ganzen Tour). Danach ging es zurück in die Familien zum Abendessen. Der Tag endete mit dem lächerlichsten-pathetischsten- tragikomischsten Tagespunkt, der auf dem Programm solcher Tours steht: Wir wurden alle in die typischen Trachten der Insel gesteckt. Ddie Frauen mit zwei Röcken, bunt bestickter Bluse, Faja (ein ganz breiter Stoffgürtel, der so eng wie ein Korsett geschnallt wird) und schwarzem Kopftuch und die Männer mit Poncho und Chulo (eine Art Zipfelmütze, die auch die Ohren bedeckt). In diesem Aufzug ging es dann zum Tanz in den Gemeinschaftssaal der Insel, in dem die Dorfband für uns Andenmusik mit Charango, Flöte, Gitarre und Trommel spielte.
Dieser Saal war der einzige Ort der Gemeinde, wo es elektrischen Strom gab, der von einer Autobatterie erzeugt wurde. Alle Rythmen waren die gleichen, die Melodien leicht verschieden. Alles wurde gleich getanzt. Glücklicherweise dauerte diese Feier nicht allzulange und gegen 23:00 Uhr durften wird endlich schlafen gehen.
Der nächste Tag war glücklicherweise nicht mehr so peinlich. Wir wurden auf die Nachbarinsel Taquile gefahren, wo wieder versucht wurde uns Kunsthandwerk anzudrehen (etwa zum dreifachen Preis wie auf dem Festland). Danach gab es eine sehr leckere Quinoasuppe und Forelle in einem Restaurant auf einer Klippe mit Blick auf den Titikaka-See. Bei der Rückkehr zum Boot traute sich Gabriel ins 12 grad kalte Wasser, ich (Judith) hatte leider kein Schwimmzeug dabei. Danach ging es auf dem Oberdeck des Bootes wieder drei Stunden lang zurück nach Puno.
Das Ergebnis: bittersüsz. Im Endeffekt haben wir etwas doppelt so viel ausgegeben wie im Tourset versprochen und verblieben mit dem unangenehmen Gefühl, dass die Tour eine Art des Touristenauspressens war. Das gute an der Tour: die Menschen, die wir kennenlernten, Leidensgefährten, mit denen wir diese Erfahrung teilen. Und natürlich unsere Gastfamilie, die trotz allem unglaublich lieb zu uns war.
Ein weiteres Thema dieser Art: Der Colca- Canyon, bei dem man als Touriste wieder in eine Situation gebracht wird, in der man entweder bezahlt oder nach Hause geht, ohne zu sehen, wofür man gekommen war:
Letzten Sonntag beschlossen wir, nach Chivay zu fahren, Hauptstadt der Provinz Caylloma, 4 Stunden im Bus von Arequipa entfernt. Wir wollten ein paar tage dort verbringen und den Colcacanyon besichtigen, der gröszer ist als der great Canyon in den USA, mit Felswänden die über 3000 m hoch sind. Der Zweitgröszte Canyon der Welt!
Wir kamen gegen Mittag in Chivay an, brachten unsere Sachen in ein Hostal und gingen durch das Tal spazieren bis zu den Dörfern Coporaque und Yanque mit unglaublichen Aussichten auf die Vulkane. Unterwegs wurde das uns schon von der Sonneninsel bekannte Müllproblem wieder deutlich. Obwohl es sich um ein Naturschutzgebiet handelt, liegen die Straszengräben voller Plastikflaschen aller Art. Mit einem Gefühl zwischen traurig und resigniert, begann Gabriel, leere Plastikflaschen aufzusammeln. Das Resultat: Allein zwischen Chivay und Coporaque 54 Flaschen – und das waren nur die, die man mitnehmen konnte und längst nicht alle, die unterwegs rumlagen.
Die Campesinos, die an uns vorbeikamen schauten uns völlig überrascht nach als sie Gabriel sagçhen, der von oben bis unten mit Flaschen vollgepackt war. In Capotaque angekommen warf er sie in einen Mülleimer, begleitet von einem völlig verwirrten Blick der Bewohner. Einer von ihnen kam sogar auf uns zu und fragte (komischerweise mich und nicht Gabriel), was er denn da mache und warum. Ein anderer alñter Mann näherte sich dem Mülleimer und starrte völlig verwirrt hinein auf den Haufen leerer Plastikflaschen.
Das war kleiner Beitrag zu diesem groszen Problem.
Wir beendeten den Nachmittag in Yanque, wohinwir úber eine Hängebrücke über den Canyon gelangten. Abends badeten wir uns in den warmen Quellen in La Calera mitten in den Bergen.
Am nächsten tag schälten wir uns um 3:00 Uhr morgens aus den Federn um den Bus um 4:00 Uhr zu nehmen, der uns zum Cruz del Condor (Kondorkreuz) bringen sollte. Ein Aussichtspunkt, über dem jeden Morgen ab 8:00 diese Riesenvögel kreisen. Als wir dortankamen, kam ein in grün gekleideter Mann auf alle Touristen zu, die aus dem Bus stiegen und wollte unsere Eintrittskarte in den Canyon sehen. Er konnte sich nicht ausweisen und hatte auch keinerlei offizielle Bestätigung bei sich, die uns hätte anzeigen können warum, wofür oder für wen er kontrollierte. Da wir dieses Ticket nicht hatten, unterbreitete uns, dass wir nun 35 Soles/pro Person (fast 9 euro) zu zahlen hätten, um die Condoren fliegen zu sehen.
Er erklärte uns dass das Geld für die Instandhaltung der Naturreserve genutzt werde, woraufhin Gabriel ihm von dem Müll erzählte und seiner Aktion vom Vortag. Aber auch so, keine Chance: entweder du bezahlst, oder su gehst.
Als er sah, dass wir uns tatsächlich dafür entschieden zu gehen, versuchte er und zwei Tickets zum Preis von einem anzudrehen, was uns bestätigte, dass dieses Ticket eine nicht wirklich offizielle Aktion war. Wenn es wirklich verpflichtend sein sollte, hätten sie uns erst gar nicht phne Ticket ins Tal lassen dürfen. Sie müssten es zusammen mit dem Busticket verklaufen oder so. Darüber hinaus müssten sie die Touristen darüber informieren, dass es dieses Eintrittsticket gibt (z.B. mit Plakaten oder Informationsständen). Auszerdem müssten die Verkäufer irgendwie ausgewiesen sein, mit einem offiziellen Dokument, dass sie als solche ausweist, oder mit Uniform oder sowas in der Art. Auszerdem sollten sie sich die Passnummern der einreisenden Touristen aufschreiben und es müssten alle zahlen und nicht nur die blauäugigen Touristen. Dazu kommt, dass das Geld momentan an die Stadtverwaltung von Chivay geht und ins Dorf investiert wird, statt in die Natur. (Das Dorf ist dafür sehr hübsch aufgemacht…).
Na gut, um zum Punkt zu kommen: Wir beschlossen nicht zu zahlen und in Richtung Chivay zu laufen. Der Bus müsste gegen 9:00 Uhr an uns vorbeifahren und man kann Busse jeder çzeit anhalten, damit sie einen mitnehmen. Auf diese Weise lernten wir ein supernettes Paar kennen (Dirk und Friederike), denen genau das Gleiche passiert war wie uns, und mit denen wir dann zusammen zurück liefen. Nach einigen hundert Metern stellten wir fest, dass es am Straszenrand ganz viele Aussichtspunkte gab, zu denen man einfach gehen konnte, ohne Eintritt bezahlen zu müssen, von denen aus wir die Condoren auch sehen konnten – zwar von etwas weiter weg, aber naja. Etwas später, wieder auf der Strasze unterwegs überholte uns ein Bus, den wir anhielten und der uns nicht nur bis Chivay, sondern bis Arequipa mitnehmen konnte.
Ein paar Gedanken zum Schluss:
Den Touristen wir hier immer wieder vom Kult der Pachamama erzählt, der Mutter Erde, dem due Kulturen in diesem Teil der Erde frönen. Er basiert auf einem profunden Wissen über die Umwelt und auf einem tiefen Respekt vor der Erde. Hiervon bleibt heute nur noch eine etwas lächerliche Form übrig, leere Riten, die oft mit dem Christentum übereinstimmen, so wie auch viele Riten, die in unseren Kulturen gefeiert werden. Schatten ihrer selbst: Wenn ein Busfahrer z.B. seelenruhig eine Colaflasche aus dem Fenster wirft und dann Abends ein Lamafötus kauft, um es zusammen mit Kokablättern zu verbrennen, um der Pachamama ein Opfer zu bringen. Ein leerer Ritus, denn er bringt gar nicht. Mam kann der Mutter Erde nur auf praktische Art Respekt erweisen: indem man sie nicht verschmutzt, sie pflegt und reinigt. Dies sollten die modernen Riten sein, um der Erde Dankbarkeit entgegenzubringen.
Was heute passiert ist die groteske, ironische Version dieses Kults: Statt der Mutter Erde einen Teil dessen zurück zugeben, was sie uns schenkt, bekommt sie die Abfälle.
Die Sonneninsel ist ein besonders krasser Teil dieser Gegensätzlichkeit: es wird davon ausgegangen, dass es der Geburtssort und damit der heiligste Ort der Inkas ist, aber die Geschenke für die Erde bestehen nur aus Müll.
Der Kult an die Pachamama ist heute in etwa wie die Geschichte der Katze im Kloster:
“Eine Klosterkatze störte die Mönche immer bei ihrer Meditation. Deshalb beschloss der Prior, die Katze während des Gebetes anzubinden, damit die Mönche aufrichtiger beten könnten. Als nach vielen Jahren sowohl die Katze als auch der Prior gestorben waren, wurde wieder eine neue Katze, damit sie während der Gebete angebunden werden konnte, damit auf diese Weise das Gebet begonnen werden konnte.”
Hier, in bestimmten Teilen Perus – wie wir sicher in Cuzco und Machu Pichu werden beobachten können – passiert das, was leider schon in vielen Teilen der Erde geschieht: Man begeht viele Kulte für die Pachamama und vergisst dabei, was uns wirklich das Leben schenkt.